viernes, 9 de abril de 2010
Los grandes momentos de la vida son como un despertar, están llenos de sorpresas, están llenos de belleza, están llenos de magia, llenos de ternura, de complicidad. Están llenos de corazones acelerados, llenos de interrupciones. Están llenos de cosquillas, de sudor en las manos, de ilusiones. Los grandes momentos de la vida, en general, ocurren más tarde de lo esperado. He aprendido que las cosas buenas hay que saber esperarlas. No hay nada de malo en que las cosas que uno desea lleguen más tarde de lo esperado. Cuando lo que quieres tarda en llegar, el deseo crece, se fortalece. Cuando menos las esperas, quizás cuando ya renunciaste a alcanzar ese deseo, es cuando la vida, el destino, te sorprende. Esas sorpresas son las que más se disfrutan. Las cosas buenas llegan tarde, dan trabajo, esfuerzo, dedicación. Saber esperar es saber desear. El deseo se vuelve más fuerte cuando uno se toma el tiempo de desear. Si entre el deseo y la realización no hay tiempo, el deseo se vuelve débil, descartable.
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